lunes, 6 de agosto de 2012

Empleada del mes (I)


Siempre he trabajado en cosas raras. Desde que recuerdo, los trabajos que he tenido no han sido ni remotamente lo que las personas cercanas a mí han imaginado que yo haría, quizás por mi odiosidad, lo poco dispuesta que estoy a tratar con idiotas o mis supuestas grandes capacidades cognitivas. Lo cierto es que aunque siempre han sido trabajos raros los he disfrutado, ya que se han convertido en anécdotas muy interesantes y el show favorito de mis amigos cuando me buscan la lengua, además del de mi vida sentimental, por supuesto. Empezaré por orden cronológico.

- Vendedora de productos por catálogo y demás: Desde los 12 años más o menos y como hasta los 21 me dediqué a vender cosas a crédito, o como dicen acá, dejaba fiado casi cualquier tipo de productos. Desde bisutería muy variada hasta vajillas y electrodomésticos, pasando por productos de limpieza e higiene personal, iba formando un pequeño capital que usaba para seguir comprando y darme uno que otro gusto de vez en cuando. ¿Por qué empecé tan pequeña? Bueno, mi padre nunca fue muy dadivoso que digamos, y mi madre estaba muy ocupada casi manteniendo la casa, así que un día le dije “enséñame a ir al centro, quiero vender cosas”. Como siempre parecí mayor de lo que era, de 12 años ya era un mujerón así que mi madre no tuvo problemas en enseñarme -aparte, quería que aprendiera a trabajar además de ser excelente estudiante, para que no fuera una inútil como mi padre-. Así empezó mi travesía tocando puertas entre los vecinos y en el colegio, desarrollé un carisma y una habilidad para las ventas que han sido de las cosas más útiles que me ha pasado, y perdí el miedo escénico. Me iba tan bien que mi padre me pedía dinero prestado. Lo malo es que pocas veces me lo devolvía, así que un día me arreché y no le presté más. Me llamó miserable y me dijo que el no tenía problema en darme dinero, que por qué yo a él no le daba, y bueno, le saqué el tradicional discurso de “yo no te pedí que me tuvieras”. Así que también desarrollé carácter, y bueno, soy el huracán tropical que ven ahorita. Lo dejé porque la revolución mesma mermó la economía y el poder adquisitivo, así que mi gente se volvió malapaga y bueno, la loquita tuvo que recurrir a las corporaciones. ¿En qué puedo servirle?

- Recepcionista en una clínica: Este trabajo no lo hubiera conseguido de no ser porque mi jefa era mi suegra, y al contrario de lo que podrían pensar, era una mujer demasiado agradable, aún ahora me iría a tomar unas cervezas con ella, pero no debería por haberle arruinado la vida a su hijo (mi ex, otro día les cuento). Lo malo de todo es que la clínica era un desastre, nadie tenía una función determinada y había como cinco jefes, cada cual dando una orden distinta. Un día entregabas resultados de exámenes y otro día hacías mamografías, me cansé del desorden y renuncié, antes de darme cuenta de que el 99% de los trabajos era así de desorganizado e incluso más. Inocente muchacha de 18 años recién cumplidos, yo. Al mes renuncié, no hice preaviso ni carta y me fui el mismo día que dije que me iba. Una irresponsable total, pero aún así, era muy amable con los clientes/pacientes y aprendí a tener un poco más de paciencia además de toda esta pasión que me caracteriza, por lo que un año de ventas más tarde caí en el siguiente trabajo. Amén, hermano.

- Secretaria de evangélicos: Si en las épocas anteriores estaba un poco necesitada, en esta época estaba desesperada. Recién mudada sola (vivir con mi mamá es como vivir con una amiga, con todo lo bueno Y lo malo que ello implica) necesitaba dinero urgentemente, así que un amigo me hizo el favor de conseguirme este trabajo con unas amigas de él. No sabía en lo que me metía hasta que me metí: era una oficina donde legalizaban iglesias evangélicas. Ajá. Allí nadie podía ser tratado de señor o señora, TODOS debían ser llamados hermano y hermana, es decir, era obligado, al menos para mí, que era la “católica” de allí. Debo admitir que aprendí muchísimas cosas, como los tipos de iglesia evangélica, las creencias de cada una, algunas maromas legales y contables -sobre todo contables, de allí mi renuencia total a creer una sola palabra de esos estafadores llamados pastores- y sobre todo, a tener paciencia no solo a la gente idiota, sino al ambiente de oficina. Cinco meses y una pelea en el Ministerio del Trabajo por mi liquidación después, porque aparte de evangélicos locos -oraban y cantaban TODOS los mediodías, como cerraban los ojos aprovechaba y echaba la zorrita o enviaba mensajes- eran sumamente pichirres y me pagaban malísimo, me fui al trabajo que definiría mi vida laboral actual, y el más awesome de todos: ningún cliente se queja, total, todos están muertos.

[Continúa…]

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