Hola, posibles lectores, bienvenidos a este blog. Este es un proyecto que
he decidido hacer durante el mes de agosto, en el cual publicaré un texto
diario sobre cualquier cosa que se me ocurra, y créanme que se me ocurren
muchas. Esto surgió a raíz de que siempre estoy pensando peperas, algunas las
descargo en Twitter, otras en Gtalk con algunos amigos, quienes coinciden en
que hace tiempo que debí haber empezado a plasmar todas esas peperas en algún
lugar, escribirlas, hacer un stand up, cortometrajes, qué se yo. La verdad es que la pereza y la pensadera no
me habían dejado llevar a cabo la materialización de esas peticiones, hasta
ahora. ¿La razón? No sé, pregúntenme otra cosa, o lean, quizás encontremos la
respuesta entre tanta pepera. Además, espero que se diviertan un poco, es más o
menos la intención de este blog. “Tripear”, dice una pana.
Bueno, ahora, permítanme presentarme.
Mi nombre es Carmen Romero y soy de otro mundo.
Siempre he creído que no pertenezco a esta realidad; no que estoy viviendo
un sueño, no, más bien un castigo. Tengo la firme convicción de que provengo de otras tierras, otro reino,
donde las colinas son tan verdes que dan ganas de llorar y los castillos tan
blancos que erizan la piel. El cielo quizás es morado, no lo recuerdo bien,
pero si recuerdo que en mi vida no había maldad, era un lugar sereno donde la
paz y la racionalidad eran nuestra bandera. Creo que era algún tipo de
soberana, no lo recuerdo bien, y si no lo era, sé que era amada por las
personas que me rodeaban, superiores, iguales e inferiores, y la música jamás
dejó de sonar.
¿Qué qué hago aquí? Bueno, los conflictos no son exclusivos de este mundo
terrible y espantoso, infiero que alguna bruja malvada con ganas de fregarme la
paciencia me atrapó en este lugar, negra, para colmo, y la única forma de
regresar a mi tierra es muriendo. Podrán pensar que estoy loca por pensar algo
así, pero la verdad no me importa. Si ustedes quieren creer en un dios y en una
vida después de la muerte en algún paraíso celestial, creo que puedo creer lo
que me da la gana. Prefiero creer que cuando muera volveré a mi tierra con mi
gente, en vez de no tener la certeza de a dónde voy a parar. Yo sé cómo es mi
tierra, ustedes ni se imaginan como es su cielo.
Quizás más que mi ateísmo (discutido, otro día hablaré de eso) los
regañó un poco lo de “negra, para colmo”, pero créanme que me lo he tripeado
mucho. En una sociedad como esta, discriminatoria por debajo de la mesa, es un poco confuso ser
“la negra de la casa”. Ni siquiera soy negra, soy morena, pero entre tanto
blanquito, soy la negrita.
Toda mi infancia escuché cosas como “lástima que no
sacaste el pelo/la nariz/la boca/el color tan chévere de tu abuela/tu padre/tu tío/tu
abuelo” y no sabía cómo sentirme al respecto, hasta que a los 9-10 años
descubrí una caja de libros y luego de leerlos y no tener con quien hablar de
ellos supe que la chévere en ese manicomio era yo, y 12 años y una licenciatura después (la primera de la familia, en Letras, y muy peleada) aún lo sigo creyendo. La
única manera de ser o sentirse despreciado, es despreciarse uno mismo.
Si me
creo y estoy segura de que soy la chévere, habrá quien me ame por chévere, o
quien me odie por chévere, pero no habrá duda de que, odiada o amada, soy la
chévere.
¿Si me estoy explicando? Uno es lo que quiere ser, negra, princesa de
algún mundo lejano, la boba, la chévere, y de verdad que prefiero ser la
chévere, o una negra chévere también.
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