Mañana me devuelvo a Maracaibo, y
lo más difícil de dejar una ciudad, al menos para mí, siempre es hacer la
maleta. Personalmente soy un desastre haciendo maletas, o tal vez no y lo que
soy es muy práctica. Tengo una maleta algo pequeña, no llega ni a un metro de
alto y de ancho medirá como 40-50cm, y hago magia con ella. Con esa maleta he
viajado con el coro incontables veces y he sabido meter los uniformes, zapatos,
partituras y cualquier cantidad de frascos sin que se derrame ni uno, bueno,
una sola vez se me derramó un poquito una crema limpiadora y mi drama y
arrechera fueron tales que creo que el frasco se asustó y no se ha vuelto a
derramar. Lo peor es que me pasó en Brasil, luego de 10 horas en un avión y mi
compañera de habitación me dijo “muchacha cálmate, fueron 10 horas en un avión,
más bien todo está perfecto, este trajín es para que se te hubieran abierto
todos los frascos”. Y bueno, por eso me calmé, por la suerte que tuve según mi
compañera. Pero eso no es lo curioso.
No sé cómo hago, pero para todos
los viajes me llevo exactamente la misma cantidad de ropa. Así fuera cuatro
días a Caracas a cantar, o una semana a Mérida, o dos semanas a Barquisimeto, o
durante el casi mes que estuve en Brasil, siempre la maletita chiquita. No es
solo el tiempo que haya estado en esos lugares, sino el clima: en Mérida no hacía
tanto frío cuando fui, pero cuando fui a Brasil con el coro llegamos a São
Paulo y, para los no entendidos –como yo antes de bajarme del avión-, queda en
el sur de Brasil, pegadito a Argentina, lo que quiere decir que en esa vaina
hace mucho, mucho frío, ¿oyó? Y sobreviví, con la misma ropa que me llevo a
Barquisimeto, pasé un poco de frío, sí, pero sobreviví, y la mayor parte de mi
estadía la pasé muy cómoda. ¿Cómo hice? No sé, y eso que hasta me llevé ropa
sucia. Aaaaaay Carmeeeeen qué cochina
chica. Es que siempre se me olvida lavar la ropa para los viajes con el
trajín de los pasajes y demás trámites, así que la maleta incluso va un poquito
más pesada con eso. Qué vergüenza.
Sin embargo, a pesar de que la
lleno de ropa, y con los uniformes del coro era peor porque eran varios,
siempre me queda un pequeño espacio y allí puedo guardar los souvenirs que
compre durante el viaje. Mis amigas siempre me pasaban al lado con sus maletas
de 2mts y los bolsos que tenían que comprar allá para meter las cosas que no le
cabían en sus maletotas y me decían “ay Carmen, yo no sé cómo haces, pero
quisiera saberlo”. Supongo que soy una tipa con suerte, no sé cuál es mi
secreto con las maletas, es que no sé hacer maletas de otra forma, quizá por
eso no me sorprende mi habilidad. Pero
siempre pienso que cuando uno anda de viaje lo importante es lo que se siente,
lo que se percibe con todos nuestros sentidos, por eso no llevo cámara –tampoco
tengo- ni tomo casi fotos con el celular, a menos que me parezca algo muy
gracioso y que no podré explicarles a mis amigos al llegar. Al final lo que
quedan son los recuerdos, y los recuerdos no son reproducciones fieles sino
construcciones de nuestra memoria basadas en imágenes y sentimientos, así que
me enfoco en pasarla bien para tener una bonita construcción en mi memoria en
el futuro, y pasarla bien no incluye andar cargando con una maleta que pese lo
mismo que yo. Al final la única maleta que en verdad disfrutaremos en el futuro
es la de los recuerdos, esa es la que se debe llenar, pero con cuidado, porque
si la llenamos demasiado con cosas inútiles, el sobrepeso también nos saldrá
caro.
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