Hoy llegué a Caracas y me recibió
con un calor y un sol igualitos al de Maracaibo, lo que impidió que lograra mi
pretensión de venir al lugar donde me quedaría en metro y así repetir mi primera experiencia en Caracas.
La primera vez que
vine a Caracas fue a los 18 años, durante el puente del 12 de octubre, día
feriado de lo que sea, porque han cambiado tanto los feriados que de vaina el
25 de diciembre sigue siendo navidad. Recuerdo que para ese año (2008) aún se
hacía el “Festival de los sueños”, un evento organizado por la Juventud PSUV
para el cual traían poetas y trovadores de todas partes del mundo. En realidad
el evento no me importaba mucho, sabía que se realizaba porque el año anterior,
en el 2007, fui a la isla de San Carlos con unos amigos que iban para allá y yo
no sabía de qué se trataba la cosa, pero la pasé muy bien porque llevaron
artistas que me gustaron mucho a pesar de no conocerlos anteriormente y, por
supuesto, porque todo fue a la orilla de la playa, entre la tarde y la noche.
Entonces me embarco en esta aventura hacia una ciudad desconocida, llena de
gente aún más desconocida, solo para conocerla un poco a ver si era tan
maravillosa como contaban. El festival se desarrollaba en Galipán, un pueblito
que queda en el Ávila, así que en realidad no conocí mucho de la ciudad en ese
entonces además de los alrededores de Bellas Artes y el teleférico, sin
embargo fue una experiencia muy interesante andar sola en el metro y contar con
la ayuda de tantos desconocidos, rompiendo así los mitos de que la gente acá es
muy odiosa y de que la ciudad es un monstruo gigante, o de que es muchísimo más
bonita que Maracaibo. La gente no me pareció odiosa, ni la ciudad un monstruo,
y con respecto a su belleza, aún me sigue pareciendo que no se puede comparar a
Maracaibo. En realidad ninguna ciudad se puede comparar a ninguna, cada cual
tiene su encanto y punto.
Lo cierto es que esa pequeña
experiencia como mochilera fue muy
enriquecedora para mí, pues me recordó que se puede confiar aunque sea un
poquito en la gente todavía, pero hay que saberla escoger. Muchas personas en
Galipán me ofrecieron auxilio, como no tenía para una posada una familia me
ofreció un colchón en su abasto para pasar la noche, pero luego conocí a un
transportista de allí que se ofreció muy amablemente a llevarme a la otra parte
del pueblo, porque además de todo estaba perdida, el concierto era en San
Isidro de Galipán y yo estaba en San José de Galipán. Durante el camino
conversamos mucho, casualmente el señor también iba a ese evento, y al llegar
nos ofrecimos sendas cervezas y luego me perdí entre el público.
Entre todas las sorpresas de la
noche, una muy agradable fue conseguirme a unos conocidos de Maracaibo que iban
a tocar allá, y me ofrecieron quedarme en su carpa, pero me dio un poco de
vergüenza porque no los conocía mucho, así que decidí dormir en la iglesia como
hizo una parte de la gente que, como yo, no había previsto el asunto de la
estadía.
Al día siguiente me desayuné con
un café negro que me regaló la familia que atendía el negocio donde compré las
cervezas la noche anterior, los cuales accedieron a prestarme la ducha a las 7
de la mañana antes de regresarme a Maracaibo. Después de bañarme con el agua
más fría con la que me he bañado hasta ahora, me tomé el café, contemplé por última
vez el mar desde la montaña y tomé el jeep que me llevaría de vuelta al
teleférico, donde iba también un argentino que andaba en mi misma situación,
pero que iba cantando con su guitarra y enamorando a las muchachas que iban en
el jeep con su hermosa voz y sus ojos grises. Disfruté mucho esa escena, igual
que bajar en el teleférico a las 8am un domingo. Luego de eso me fui al
terminal de La Bandera, dormí unas horas en el piso a la espera de mi bus y a
las 6 de la tarde ya venía de regreso a Maracaibo.
No me gustó mucho la música que
tocaron, tampoco la poesía que leyeron, pero ha sido una de las experiencias
más gratificantes que he tenido en mi vida, y, aunque suene un poco cursi y demasiado
entusiasta, me enseñó que no se puede ser solamente de una ciudad, sino ser un
ciudadano del mundo, lo que después me terminaría de afirmar un profesor y gran
amigo en la universidad. Caracas no muerde, o al menos no muy duro, igual que
el resto del mundo, pero de diferentes maneras claro está. Hay que saber
transitar, cuidarse de sacar las manos deliberadamente por la ventana, y si no,
aprender a disfrutar los mordiscos.
Caracas no muerde aunque a veces mata, ahhh no los que matan son algunos caraqueños, pero te diré la verdad, Caracas así cómo es, siempre la extraño cuando salgo de ella, es cómo una droga que aunque sabes que te está matando sigues con ella
ResponderEliminarEs así, cada vez que voy para allá y regreso a Maracaibo siento que me estoy yendo, cada día que vivo acá la extraño más, lamentablemente es lo más cercano a una ciudad que tiene este país, y digo lamentablemente por lo descuidada que la tienen, imagínate cómo estarán las cosas por acá...
EliminarGracias por tu comentario, qué alegría que este blog empolvado aún atraiga visitas :)