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domingo, 12 de agosto de 2012

La Esquina del Tango

Mi abuela y mi abuelo el día de su boda.
La princesa y el showman.

Quizás no les he contado, pero mi familia ha estado vinculada al medio artístico de la ciudad desde hace bastante tiempo, quizás no directamente, pero sí algo. Si vamos de adelante hacia atrás, mi hermana ha participado en varias obras de teatro con la escuela municipal de teatro en los escenarios más importantes del estado, yo fui coralista durante cuatro años en instituciones como el Orfeón de LUZ (la mejor experiencia que me pudo dar la universidad, ni siquiera la carrera), el Sistema Nacional de Coros y Orquestas y en últimas fui parte de Cantat Vocal, con quienes me fui a Brasil el año pasado y ganamos el primer lugar internacional de coros de cámara, el logro más preciado que tengo hasta ahora. Mi madre tiene una voz preciosa y siempre le ha gustado la literatura, de hecho ella fue la que me introdujo en ese mundo; mi padre es gaitero desde hace como mil años, aunque nunca se dedicó de lleno a eso; a mi tío hace muchos años lo llamaban “el ruiseñor” por su voz tan hermosa, y era muy solicitado en un puesto de comida rápida cercano al apartamento de ese entonces, como lo escuchaban cantar desde la calle le rogaban que bajara a cantar y a tocar el cuatro a cambio de comida, un muy buen negocio. Mi abuelo era un showman antes de casarse con mi abuela, bailarín como ninguno era muy solicitado en la alta sociedad de ese entonces, hasta a un crucero fue a dar pero esa historia no me la sé muy bien pues cuando se casó con mi abuela se dedicó por completo a ella.

A mi abuela le reservo un lugar aparte en este post porque fue una mujer impactante, y aún lo sigue siendo. A pesar de sus 88 años conserva la misma elegancia de siempre, su caminar erguido y su carácter tan bravo. En la época de oro del cine mexicano acaparó más de una mirada por su belleza, pues la comparaban con María Félix, aunque mi abuela me parece más bella que la diva mexicana. Por este motivo se ganó el apodo de Doña Bárbara, aunque no fue solo por el parecido físico que se lo ganó. Lamentablemente mi abuelo murió a los 10 años de matrimonio con mi abuela a causa de la diabetes, así que mi abuela tuvo que hacerse cargo de la economía familiar con los bienes de mi abuelo. Menos mal que siempre fue un paso adelante a las mujeres de la época y se le ocurrió una idea brillantísima: abrir un bar. Pero no cualquier bar.

La Esquina del Tango fue una especie de templo a Gardel, su cantante favorito, y cuyos cuadros adornaron el local desde el primer día. Este bar quedaba en un sector muy popular, el sector Veritas, exactamente en la esquina de la avenida 11 con la calle 84. Para evitar que los borrachitos entraran en él, mi abuela se dió el tupé de vender una de las cervezas más caras de Maracaibo, por lo que el local se volvió exclusivo y solo entraban ciertas personas, sobre todo artistas y personalidades de la ciudad. La señora propietaria del local era muy famosa por su belleza y muchos hombres caían rendidos a sus pies, lo cual muchas veces era una molestia, así que el apodo de Doña Bárbara se lo ganó por su parecido a María Félix y el revólver que siempre la acompañaba. Mi abuela siempre me hablaba con cariño de su revolvito, como ella le decía, ya que cabía perfectamente en su cartera y nunca llamó la atención, excepto cuando tenía que sacarlo para controlar esas situaciones que se crean cuando manejas un bar.  Aunque ya el revolvito forma parte del pasado, aún es conocida en el sector como Doña Carmen, y todo el mundo se refiere a ella con mucho respeto y consideración. Esa es mi abuela, una verdadera doña, la doña que me gustaría ser algún día, incluido el revolvito.

Ahora, terminemos con un fact muy maracucho: ¿Ustedes saben Ricardo Aguirre, el monumental de la gaita? Bueno, el era muy asiduo de ese bar junto a muchos otros gaiteros, y el día de su muerte lamentablemente iba saliendo de allí, de La Esquina del Tango. Este hecho no aparece reseñado ya que el bar desapareció hace mucho tiempo, y como por allí queda un bar que era más o menos contemporáneo al de mi abuela, quedaba al lado y aún sigue en pie, pues muchos dicen que la cosa fue saliendo de El Bodegón de Veritas, sitio que se popularizó entre los gaiteros que buscaban una cerveza más barata que en La Esquina del Tango, y aún sigue siendo popular entre este gremio. Pues sí, eso pasó, aunque quizás es mejor que sigan diciendo que la cosa fue en ese bar, no vaya a ser que le echen la culpa a la doña bella del bar de al lado, y mucho menos a Gardel, porque si se meten con él ni mi abuela ni el revolvito los perdonarían jamás.

sábado, 11 de agosto de 2012

Perdóname


Apenas ayer me enteré de la existencia del término crooners, y su significado y contexto histórico social me sorprendieron un poco. Un crooner es un trovador, se usa –o se usaba- para referirse a un cantante masculino de voz grave y profunda, aunque en la época se usaba más con un tono burlón o peyorativo, por lo que cantantes como Sinatra se molestaban o al menos preferían no ser llamados crooners. Me recuerda un poco a lo que sucede en la actualidad con los hipsters, aunque estos muchachitos quisieran tener un onceavo del talento que tenían los hipsters de aquella época, quienes seguramente hubieran hecho llorar a estos niños que ahora se hacen llamar hipsters con solo soplarles el humo de sus tabacos en la cara.

En fin, esto de los crooners llegó a mí gracias a Facebook, ¿quién lo diría, no? Me encontraba jugando SongPop con dos amigos que siempre me retaban con esta categoría, y no entendía de qué se trataba hasta que una de ellos me lanzó un wikipediazo en la cara para que no le siguiera preguntando al respecto. Para los no entendidos, SongPop es una aplicación que se supone pone a prueba tus conocimientos musicales, pero creo que en realidad lo que prueba es lo rápido que puedes mover el mouse para seleccionar la opción que crees correcta. En los retos todos los artistas que me salían eran cantantes anglosajones que en su época hicieron morir de amor a más de una y aún estando muertos lo siguen logrando hoy en día, y de verdad me sorprendió cuando una de las opciones llegó a ser Julio Iglesias, pues era el único hispano que me había salido hasta ahora. No es por dudar de las capacidades de Julio Iglesias, pues está más que demostrado que es tremendo artista, pero no imaginé que un cantante hispano fuera considerado un crooner, lo que me hizo pensar un poco con respecto a este asunto.

Nino Bravo, para los no entendidos.
Una belleza, ¿no?
Si echamos una mirada hacia atrás, digamos unos 40 años, encontramos una gran cantidad de cantantes masculinos que hicieron su agosto con las mujeres de la época, usando como armas esos pantalones ajustaditos de botas acampanadas, las camisas desabotonadas hasta el pecho y, por supuesto, esos peinados que actualmente están de moda entre las señoras. En diversos idiomas, este modelo de artista se reprodujo alrededor del mundo, y como no había internet las cosas no llegaban tan rápido a latinoamérica, aparte de que hablar inglés no era imprescindible como en la actualidad, por lo que se hacían versiones en español de éxitos anglosajones, como My way, que llegó acá como A mi manera, y ustedes me dirán si triunfó o no. Algunos dirán veeeee, estás descubriendo el agua tibia, pero no me importa. A lo que quiero llegar es que en el mundo hispano tuvimos nuestros crooners aunque no fueran llamados así, y nombres como Camilo Sesto, Nino Bravo, Leonardo Fabio, Raphael –oh, Raphael, cuántas conversaciones incómodas con mi abuela me has dado por culpa de tu sensualidad-, Gardel, ¡Pedro Infante! No han dejado de sonar ni un solo día y siguen ganando seguidores aún en la actualidad. Una de esos seguidores soy yo, y por eso me he ganado que me llamen doña, pero ustedes me dirán, ¿son comparables esas voces a alguna voz popular en la actualidad? No me vengan con Il Divo, pues esos muchachos aunque muy talentosos transmiten los mismos sentimientos y sensualidad de una nevera.

Antes se jugaban muchas más cosas, la cosa era más intensa, ahora todo es verse bonito y un par de escandalitos. Es cierto, estos crooners también venían un poco manufacturados y sus outfits los delatan, pero era otra cosa, ¿no? No sé si serán vainas de doña, pero yo estoy convencida de que sí. Siempre me despierta una gran curiosidad el hecho de que tantos hayan muerto violentamente, como Gardel, Infante y Nino Bravo –avión, avión, le gustó la vainita con el acelerador de su carro nuevo, ¿ven que eran intensitos?-; entonces me pongo a pensar, ¿y si aún estuvieran vivos? Me gustaría pensar que hubieran conservado un poco de su maravillosidad y no se hubieran vuelto una vieja fea como Camilo Sesto, o un negado a la vejez bañado en suéteres cuello de tortuga como Raphael. Yo igual los seguiré oyendo, pues me encantan, y espero que ese sentimiento nunca muera*.

*ESE sentimiento, pero a Sentimiento Muerto sí lo pueden dejar morir, por favor, se los suplico. Gracias.

viernes, 10 de agosto de 2012

Mi madre, la inmigrante


Creo que no he contado muchas cosas sobre mi madre en lo que llevo de blog, y ella se merece más de un post en realidad. Los que me conocen y me han oído hablar de ella sabrán que no lo digo simplemente por lo cursis y sentimentales que nos pone hablar de nuestra madre, sino porque la mía es algo, digamos, especial. Mi madre es la mata de las ocurrencias, me ha enseñado dichos tan certeros y cómicos como “al que no ha tenido gallinas hasta la mierda le parecen huevos”, haciendo referencia a los que se deslumbran por cualquier cosa, para los que no lo hayan entendido. Y bueno, hay muchos más cómicos –y algo obscenos...- pero se merecerían un post aparte.

Mi madre es costeña, es decir, viene de un pueblito de la costa colombiana, entre Barranquilla y Cartagena. Bocatocino -qué nombrecito- es medio fantasma, es un pueblito muy olvidado, casi como Cojedes acá. Lo curioso de esto es que seguro se imaginan que se la pasa todo el día comiendo arroz y oyendo vallenato, o algún otro cliché colombiano. La verdad es que mi madre es tan colombiana como yo maracucha, y reacciona con un “mi alma” muy parecido al mío como cuando me dicen “ajá y tú seguramente te sabes muchas gaitas y comes mucho patacón, ¿no?”.

Odio la gaita, no la soporto, los gaiteros me parecen la gente más echona y ridícula del Zulia, muy pocas gaitas me gustan en realidad. Lo mismo ocurre con mi madre y el vallenato, detesta a esos tipos llorones que tan populares son en nuestro transporte público, su gusto se limita a los vallenatos de carnaval, que son realmente festivos y disfrutables, un vacilón, pues. En realidad mi madre y yo preferimos el rock, ella ama los Beatles y casi toda la música pop anglosajona que pegó en los 70-80, yo soy de un poco más acá, aunque igual disfruto un mundo la música que ella escucha. Como en mi casa nunca tuvimos televisión por cable en mi niñez, nuestra salvación eran los conciertazos que ponían en Televisa en las noches, así siempre veíamos los conciertos en blanco y negro de los Beatles y ella me decía “mira Luci, esos son los Beatles” mientras yo de 4-5 años brincaba en la cama sin parar, porque me encantaba su música. Ya después los veíamos y yo le decía “mira mami, los Beatles” y nos quedábamos como lelas viendo los mismos conciertos blanco y negro una y otra vez.

En una casa donde nunca faltó un cuatro y mi papá y mi tío son gaiteros a morir, bueno, más mi papá, mi tío es super fan de la música disco y de grupos como Air Supply y los Bee Gees (huelga decir que también puedo pasar todo el día oyendo música con él), sin embargo les gusta mucho amanecer bebiendo y tocando gaitas, y de vez en cuando me hacían víctima de sus veladas poniéndome a cantar gaitas. Como sabrán, las mujeres gaiteras suelen ser una vaina super chillona, algo muy fuera de mi registro porque soy mezzosoprano y en los coros siempre canté con las contraltos, es decir, las machas del coro. Eso lo supe después cuando salí huyendo para buscar otra forma de poder cantar que no fuera sufriendo con las malditas gaitas, pues ya medio borrachos e impertinentes solo se les ocurría decirme que yo cantaba mal porque no podía cantar como Lilia Vera. Así que bueno, por eso no me gusta la gaita, y a mi mamá tampoco por los dolores de cabeza que le daban esos viejos borrachos. Por eso cuando les digo que los gaiteros son despreciables, lo digo porque conozco a un montón de viejos de esos, amigos todos de mi papá.

Entonces sí, mi mamá me salvó de un suicidio musical, nada de vallenatos llorones ni de gaitas chillonas y espantosas, siempre me llevó por el camino del buen gusto y las melodías agradables, y eso que ni siquiera les he hablado de lo bonito que canta. Por eso, cuando algunos panas y conocidos se ponen a hablar mal de los colombianos, ni me ofendo. Mi madre sabe cómo son sus compatriotas, más de una vez la han estafado y ella misma ha dicho “por eso es que nos tienen como una basura”. Ella es todo lo contrario, no será perfecta, pero entre otras cosas, es la mata de la honestidad. Ha perdido quién sabe cuánto dinero por no engañar a ninguno de sus compradores, pero ella sabe que es lo correcto, y eso fue lo que mejor aprendí. Y aquí estamos, dos tipas que caminan con la bandera de la honestidad, aunque por eso nos tomen por pendejas y la mayoría del tiempo andemos medio pelando, pero sabemos que es lo correcto. Mientras no se metan con nuestro equipito para poder oír nuestros Beatles y toda esa música genial que nos gusta, no hay problema, al menos en buen gusto ya les ganamos y eso no se compra con nada.